miércoles, 26 de mayo de 2010

Deber 9

El tero azul

Dicen que por entonces las señales anunciaban un invierno muy duro. Los adultos intensificaban las tareas de cosecha, acopio, recolección, trueque, conservación de pieles y el salado de pescado en la orilla del océano.
Aquel día sopló el primer viento frío. Los niños no se alejaron en sus correrías habituales ni en los juegos con sus bolas de piedra. Los mayores seguían en sus actividades rutinarias pero no hablaban entre sí.
En la aldea se respiraba un clima de expectativas.
De pronto, todas las miradas empezaron a seguir los pasos de un charrúa muy joven; tan joven que su labio inferior no había sido aún perforado por el tembetá.
Este adolescente no era un muchacho más. Hijo del médico yuyero, heredero de una sabiduría ancestral muy profunda, se le había visto renunciar tempranamente a los juegos infantiles y preguntar con respeto por las cosas trascendentes. Su solidaridad con los pequeños era tan inmensa como su conocimiento de animales y plantas. Los benteveos lo escoltaban siempre de manera muy especial y los horneros preferían hacer sus nidos en la proximidad de su vivienda.
Ahora el Consejo de Ancianos lo había llamado. No en una prueba sencilla: la comunidad necesitaba conocer sus poderes innatos, necesitaba probarlo.
Concentrado en sus pensamientos caminaba hacia la choza donde se reunía el Consejo cuando vio una pareja de teros, esas hermosas aves de nuestros bañados, que lo saludaron con sus gritos inconfundibles. El joven intuyó que esa presencia era una señal, pero aún no lograba entender claramente los mensajes de los viejos espíritus incorporados en los animales.
Entró con decisión. Lo esperaban en actitud que indicaba claramente la solemnidad del momento.
La anciana portavoz del Consejo le habló con serenidad y firmeza:
“Debes ponerte en camino de inmediato para buscar al Tero Azul. Es un tero de tamaño corriente pero de plumaje azul. Partirás hacia los esteros lejanos, sin armas, y no deberás probar bocado hasta agotar los esfuerzos por encontrar a ese misterioso pájaro”.
La anciana le advirtió además que si pasaban los días sin lograr la visión no se dejase morir; que en ese caso se alimentase y volviera a la aldea. Pero le insistió en que hiciera el máximo esfuerzo posible para mantenerse en ayunas y buscar el Tero Azul.
Se le entregó harina de mandioca y charque de pescado en una bolsa hecha con un buche de ñandú. El joven recibió la bolsa y se estremeció: era la que había usado su padre tantas veces para recoger hierbas medicinales.
Al tercer día sintió los graznidos característicos de estas aves, corrió hacia sus llamadados con el resto de sus fuerzas, pero los emisores eran los teros comunes, de plumaje pardo y blanco, con las consabidas elegantes listas negras en sus alas extendidas.
No halló al Tero Azul.
Al borde de sus fuerzas decidió finalmente alimentarse porque esa era la orden, no porque deseara hacerlo. Abrió aquella bolsa amada con dolor y resolución. Amarga le supo la comida que llevaba, que sin embargo lo reconfortó.
Volvió a su aldea con una infinita tristeza. Pasó entre los suyos con rostro inescrutable, inexpresivo, lo que había vivido debía ser expuesto en primer lugar a quienes le habían encomendado la misión.
Ante el Consejo de Ancianos contó su dolor:
“No pude ver al Tero Azul. No supe verlo. No soy digno de la esperanza que en mí tenían ustedes, mi padre, mi madre y mis hermanos” concluyó.
Todos miraron a la anciana y ella lo miró en silencio.
“Sí sos digno de nuestra confianza” respondió al fin: “sabíamos que auún no estabas preparado para encontrar el Tero Azul; sólo te pedimos que lo buscaras. Y lo importante es que tu corazón no nos mintió y asumió el fracaso como debe hacerlo nuestra gente: llegaste a nosotros y hablaste la verdad... Ahora no hables a nadie de tu búsqueda, pero cultivá en tus compañeros las virtudes que demostraste. Verás al Tero Azul, cuando llegue el día que debas verlo.”
Volvió a la vivienda con el pequeño tembetá en el labio y el corazón palpitante de alegría.

leyenda recogida por Gonzalo Abella en su libro “Mitos, leyendas y tradiciones de la Banda Oriental”, de BetumSan Ediciones

1-Vas a tener que buscar -y anotar- varias palabras en el diccionario. Para entender algunas, tal vez tengas que preguntar por todos lados.
2-Cuenta la historia con tus propias palabras. Sólo te voy a dar un máximo de palabras: ciento cincuenta. Y ojo con pasarte.
3-¿Qué fue lo que aprendió el personaje de la historia? Explica si se parece a alguna situación real que te haya tocado vivir.
4-¿Qué te parece que es el “tembetá”?
5-Hay un premio extra para el que encuentre una palabra sobreesdrújula.

jueves, 20 de mayo de 2010

Deber 8

70 verbos
Dormía, creo. Amanecí anhelando prosperar. Apetecía triunfar. Decidí jugar. Salí corriendo. Conduje volando, arriesgando morir. Calculé. Aposté, proyectando ganar. Logré empatar. Debí parar. Presumiendo continué. Odié perder. Sufrí, recuerdo. ¿Habría podido acertar?, especulé. Supe olvidar. Recapacité. Elegí renacer. Resolví mejorar. Ansío aprender, ¿entendés? Sigo temiendo fracasar. Pretendo ir volviendo, regresar partiendo. Intentaré llorar, chillar, patalear: podría reventar. Estuve tratando. Desearía conseguir explotar. ¿Llegaré? Detesto alardear. Quiero probar. Terminaría diciendo: llueve.

Leo Maslíah
(uruguayo)

1- Busca en el diccionario las palabras que no entiendas. Estoy seguro de que las hay, así que si no aparecen vas a perder puntos.
2- Explica, con tus palabras, de qué habla el texto. Repito: TUS PALABRAS.
3- Como te habrás dado cuenta, no se trata de setenta verbos conjugados. Por eso, tu trabajo consistirá en clasificar las palabras. Vas a hacer un cuadro en el cual vas a mostrar cuáles son verbos conjugados, cuáles son infinitivos, cuáles gerundios y cuáles participios. Te va a servir mucho para preparar el escrito.
4- Extrae: cinco palabras agudas, cinco graves y todas las esdrújulas (¿cuántas son estas últimas?) Sepáralas en sílabas, marca la sílaba tónica y explica por qué llevan o no tilde.